jueves, 22 de noviembre de 2012

La mula y el buey ¿acompañaron el pesebre de Jesús?


      Con la aparición del ultimo libro del papa Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús, los medios informativos, que como siempre se asombran de lo que ignoran y levantan montañas de granos de arena, incidieron en una cuestión que quizá a algunos sorprenda, lanzando titulares del tipo: «El Papa dice que en el pesebre no había ni buey ni mula».
      Sin embargo, estos nobles animales, no faltan nunca (ni deben faltar) en los belenes de nuestros hogares. Y, por cierto, no era una mula sino un burro (o asno, como queramos llamarlo). La mula es un animal híbrido, y, por tanto, impuro en la cultura israelita. Antes de ver qué pinta esta pareja junto al pesebre digamos algo sobre los orígenes de esta tradición.
      Los datos que sobre el nacimiento y la infancia de Jesús nos ofrecen los evangelios canónicos (Mateo y Lucas) son muy escasos. Esto por dos motivos fundamentales: primero, la centralidad del mensaje cristiano está en el acontecimiento pascual (muerte y resurrección de Jesús), y segundo, el interés por los orígenes de Jesús es tardío. De hecho, en el evangelio que parece ser el más antiguo, el de Marcos, no se dice nada al respecto. Con el tiempo, la reflexión sobre su divinidad, la curiosidad de conocer más sobre su biografía, de llenar las lagunas de los años de vida oculta y las exigencias de la religiosidad popular hicieron que se prestara mayor atención a estos temas, surgiendo en torno a ellos una amplia literatura cargada de gran imaginación y piedad y poco fiable sobre lo que podríamos llamar "histórico".
     Estos escritos circularon durante mucho tiempo por las diferentes comunidades, pero al no emplearse en la liturgia y no adquirir la categoría de textos canónicos (normativos) se fueron quedando en el olvido. Hoy, algunos de estos libros se han recuperado, y otros se han perdido quizá para siempre.
     De entre esta literatura destacan, por su influencia en la piedad popular, el Protoevangelio de Santiago, de mediados del siglo II, y el llamado Evangelio del Pseudo Mateo, más tardío, probablemente de mediados del siglo VI.
     El Protoevangelio de Santiago narra la vida de María, menciona a sus padres (Joaquín y Ana, que la concibieron siendo ya mayores y siendo Ana estéril), su educación hasta los doce años en el templo, su posterior matrimonio con José, un viudo, padre de varios hijos, la anunciación de Gabriel, el nacimiento de Jesús en Belén, la huida a Egipto y el asesinato de Zacarías, padre de Juan Bautista, por Herodes.
     El Evangelio del Pseudo Mateo es el que recoge, entre otras cosas, la tradición (muy antigua) de la presencia de un buey y un asno junto al niño Jesús. Se narra, además, la estancia de la sagrada familia en Egipto y la infancia de Jesús. Sobre los citados animales se dice lo siguiente: «Tres días después de nacer el Señor, salió María de la gruta y se aposentó en un establo. Allí reclinó al niño en un pesebre, y el buey y el asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: “El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre de su Señor”». Con estas palabras el profeta se queja de la actitud rebelde de los israelitas con su Dios, que no lo reconocen en sus vidas, no son siquiera como el asno y el buey, que sí saben reconocer a su dueño. La cita completa de Isaías dice:
          «Hijos he criado y educado, y ellos se han rebelado contra mí.
          El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño;
          Israel no me conoce, mi pueblo no comprende» (Is 1,2b-3).
     El autor de este evangelio apócrifo ha simbolizado en estos animales, frente a quienes no vieron en Jesús al Hijo de Dios recién nacido, a los creyentes (ya cristianos) que sí lo reconocieron. Es decir, el asno y el buey son un símbolo de los verdaderos creyentes. Su alusión es una relectura de la profecía de Isaías, poéticamente aplicada a los cristianos de todos los siglos, pues, como bien dice el texto, no estaban allí para dar calor al niño, sino que «lo adoraron».
     Estos evangelios y otros libros apócrifos cristianos no son obras prohibidas, perseguidas ni escondidas, pueden leerse, por ejemplo, en la siguiente edición: Los evangelios apócrifos (BAC, 2012).

                                                                                  Juan Antonio Mayoral

Artículo complementario: Los evangelios de la infancia de Jesús.