domingo, 9 de diciembre de 2012

Los evangelios de la infancia de Jesús



1. Los relatos de la infancia

     Los cuatro evangelios que la tradición de la Iglesia, ya desde muy antiguo (s. II), consideró como canónicos, es decir, normativos para la fe de los cristianos, responden a cuatro visiones diferentes (no opuestas, sino complementarias) de la persona y misión de Jesús. El material recogido en ellos responde no a un interés biográfico por el personaje central sino por su significado religioso ante Dios y ante la humanidad. Esto nos permite observar en ellos una doble evolución: Por una parte la determinada por la distribución  “sistemática” del material recogido, y por otra la organización “cronológica”.
     La distribución sistemática de los evangelios se refiere al orden en que se fueron gestando cada uno de ellos; atendiendo en primer lugar a los significados teológicos más importantes de la vida de Jesús, para pasar posteriormente (con el paso del tiempo) a los otros más secundarios. (Secundarios no siempre en el sentido de menor importancia, sino, sobre todo, en el de dependientes de otros más básicos o primarios.)
     La organización cronológica hace referencia a la disposición última de los materiales, que se ordenaron definitivamente en los relatos evangélicos siguiendo un orden cronológico, como es natural, partiendo del comienzo de la vida de Jesús hasta concluir con su muerte y resurrección.
     Pero, mientras los evangelios se iban gestando, los criterios de selección de los materiales era el teológico, y no el cronológico. Así observamos que el núcleo temático que originó los relatos que hoy conocemos como evangelios fue la muerte y resurrección de Jesús. En torno a él se añadieron otros relatos, llamémoslos secundarios, es decir, dependientes en su significado teológico del primero y principal: el acontecimiento pascual. Los últimos materiales que se incorporaron a los relatos evangélicos, y que responden a una preocupación más tardía en la reflexión cristiana de Jesucristo, fueron los relatos de su infancia. Y que aparecen en primer lugar porque, como hemos señalado, la redacción definitiva de los evangelios se estructuró conforme a un criterio cronológico-biográfico.
     Por esta razón que acabamos de exponer se explica fácilmente que el evangelio de Marcos, considerado comúnmente como el más antiguo, carezca de referencia alguna al nacimiento y la infancia de Jesús. Pues, cuando se terminó de componer, aún no había surgido en la comunidad del evangelista esta preocupación por sus orígenes. Y que cuando se escribe el evangelio más tardío, el de Juan, este interés no se centre ya, como en los casos de Mateo y Lucas, algo más antiguos, en el origen terreno de Jesús, en su concepción, sino que vaya más aún allá en el tiempo y se remonte hasta su preexistencia junto al Padre desde el origen de los tiempos.

2. )Cómo comprender los relatos de la infancia?

     Estos relatos, como el resto de los que forman los evangelios y, en general, todos los escritos bíblicos, pueden leerse desde claves diferentes: histórica, literaria, teológica... Todas ellas son válidas, pero no todas expresan la “verdad” que los autores nos han intentado transmitir. Por ejemplo, si los evangelistas tuvieran la pretensión de ser historiadores, habría que tomar al pie de la letra los datos históricos que nos ofrecen. Pero no son historiadores, son teólogos. Y por tanto lo que ellos nos quieren dar a entender es una “verdad teológica”. A qué primera conclusión nos lleva esta afirmación: A que los relatos de la infancia no nos cuentan cómo transcurrieron los primeros años del niño Jesús, sino qué afirmaba la comunidad cristiana de Jesucristo, muerto y resucitado (no perdamos nunca esta perspectiva pascual), ya desde los orígenes de su vida (o incluso desde antes, si nos referimos al cuarto evangelio).
     Lo que se cuenta del Jesús niño está al servicio no de un interés histórico: )qué le ocurrió en su infancia?, sino teológico: )quién era respecto a Dios y a la humanidad este hombre ya desde su infancia?
     Y esto que se quiere decir de Jesús se dice de un modo muy concreto, conforme a una “forma literaria” muy determinada. Y distinta en cada uno de los evangelistas, por eso resultan relatos tan diferentes.

3. El origen de Jesús según san Mateo

     Titulamos así este apartado porque esta sería la verdadera finalidad de Mateo en la parte inicial de su evangelio. El evangelista tiene una idea muy clara (teológica, no lo olvidemos nunca) que quiere transmitir a su comunidad cristiana (formada originariamente en el judaísmo, tampoco hemos de olvidarlo): Jesús es el Mesías esperado, el nuevo David, en quien se cumple definitivamente la promesa hecha a Abrahán; es también el nuevo Moisés, pues, como él, establece la Ley del nuevo pueblo de Israel, a quien ha sacado del reino de las tinieblas, de la esclavitud del pecado, para conducirlo al reino de los cielos.
     En los dos primeros capítulos de su evangelio, Mateo reescribe todo el acontecimiento pascual en otra clave: el pueblo de Israel esperaba que Dios cumpliera las promesas anunciadas por sus profetas, en Jesús se cumplen estas promesas.
     Si el evangelio fuera una composición musical, podríamos decir que esta es la clave que permite interpretar los signos de la partitura y formar con ellos una melodía armoniosa. Si a los textos les aplicamos otra clave (pongamos la historicista), la melodía que resulta es, por una parte, distinta a la que Mateo quería interpretar y, por otra, absolutamente disonante.
     Y el pentagrama en el que Mateo nos dejó sus notas es una forma literaria muy precisa y hoy bastante conocida para los exegetas, se trata del midrás pesher. Un midrás es, en general, un método de interpretación de la Escritura que empleaban los rabinos de la época del evangelista, y también el resultado, la interpretación, que se deducía del empleo de ese método. En ocasiones tenían tintes apocalípticos, por lo que es común el recurso literario a visiones y apariciones de ángeles. En este sentido, la apocalíptica suele anunciar algo bajo la forma de una comunicación divina a algún personaje del pasado. De modo que, lo que está sucediendo y va a suceder aparece como algo ya “predicho”. Ahora tiene lugar su cumplimiento.
     Había diversos modos de realizar el midrás. Los más generales son dos: la agadá, que consistía en una narración edificante centrada en un personaje relevante cuya vida había sido ejemplar (algo parecido a nuestras vidas de santos), y la halaká, que eran narraciones de las que se deducían normas ético-jurídicas para la conducta de los individuos y de la comunidad. Ambas perspectivas, exhortación y normativa, procedían de una interpretación (exégesis) de los textos de la Escritura.
     Y junto a estos dos tipos más generales, había otros más específicos, uno de ellos era el midrás pesher, es decir el midrás de cumplimiento. Que consistía en investigar-interpretar las Escrituras en vistas a descubrir cómo sus promesas se estaban cumpliendo, o se iban a cumplir próximamente, en el presente. Mateo, para sus relatos de la infancia de Jesús, emplea este tipo de midrás, por eso tiene tanto interés en mostrar que en Jesús se cumplen las Escrituras; lo llega a indicar hasta cuatro veces en los relatos de la infancia: 1,22s; 2,15; 2,17s; 2,23 (y otras seis veces más en el resto del evangelio: 4,14-16; 8,17; 12,17-21; 13,35; 21,4s; 27,9s).
     )Y qué es lo que se cumple en Jesús?

a) Jesús es el nuevo David

     El pueblo de Israel esperaba la irrupción en la historia de un tiempo final, caracterizado por la paz, la gloria, que sería inaugurado por un nuevo David, un mesías; esta vez ya el definitivo: el Mesías. De vez en cuando surgía algún que otro personaje que decía ser este Mesías, había quienes le seguían. Pero sus pretensiones quedaban frustradas. Aparentemente Jesús fue uno de ellos. Visto desde fuera así era: el Mesías no podía morir, y él había muerto, y además de un modo ignominioso en una cruz (véase Mt 27,37-42).
     Pero los discípulos lo vieron después vivo, con una existencia diferente a la de los demás vivos de este mundo, pues Jesús no revivió, sino que resucitó a una existencia espiritual-corporal nueva, plena. Ahí fue donde descubrieron de verdad que Jesús era el Mesías. Lo habían esperado antes, pero su muerte había frustrado esta esperanza; ahora comprenden cuál era su auténtico mesianismo. Un mesianismo que estaba ya latente desde los orígenes, pero su corazón aún no lo había comprendido.
     En su evangelio, Mateo va a narrar no la infancia de Jesús, sino su condición mesiánica manifestada ya desde los orígenes (aunque veladamente). No lo que le pasó de pequeño, sino quién era y lo que era ya desde su nacimiento. Veamos cómo lo hace.

     * En primer lugar diciéndonos que Jesús es descendiente de David y de Abrahán (1,1-17). La promesa hecha por Dios al patriarca es el punto de partida, la realización a través de su descendencia el de llegada. Jesús es quien lleva a plenitud la bendición de Dios prometida a Abrahán para su descendencia y, por medio de ella, para todas las naciones.
     Entre Abrahán y David señala el evangelista catorce generaciones, entre David y el destierro en Babilonia otras catorce y entre el destierro y Jesús también catorce. )Se trata de un dato histórico? )Fueron realmente catorce las generaciones que hubo en cada período? Ciertamente no, pues, como podemos observar, se ha saltado en la lista algunos monarcas israelitas que aparecen en el libro de los Reyes. )Por ignorancia? No, pues están claramente en los textos de la Escritura. La razón un claro motivo teológico. La lengua hebrea no tiene números, las letras mismas tienen valor numérico. Y las letras del nombre “David”, suman exactamente catorce (este era un recurso muy frecuente en la exégesis judía de la época). Así que por este artificio literario, velado para los lectores de hoy, pero evidente para los de aquella época, el evangelista está diciendo, por tres veces, que Jesús es el nuevo y definitivo David.

     * Y esta idea se concreta después en el nacimiento de Jesús, que, sorprendentemente, no se narra (esto lo hará Lucas). En este relato (1,18-25) el protagonismo lo tiene José, no María. Es a José a quien un ángel le habla en sueños. )Y por qué se fija Mateo en José y no en María? La respuesta la tenemos en las primeras palabras del ángel: “José, hijo de David, no tengas reparo en recibir en tu casa a María”. Por medio de José es como el evangelista vincula de nuevo a Jesús con la dinastía de David. Además es a él a quien le corresponde poner el nombre a “su” hijo: “le pondrás por nombre "Jesús", porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
     Los dos encargos del ángel son cumplidos por José (vv. 24-25) y de este modo, por su medio, el plan de Dios se cumple y sigue adelante.

b) Jesús, bendición para todas las naciones

     Esta es la promesa hecha a Abrahán que Jesús, su descendiente (1,1), lleva a su verdadero cumplimiento. Y para expresar esta creencia tan importante en los comienzos de la Iglesia (recordemos las tensiones entre los judaizantes y Pablo, por ejemplo), el evangelista compone un relato en el que desde Belén, y no desde Jerusalén, Dios hará brillar la luz que ha de iluminar todo el orbe de la tierra. Su luz alcanzará hasta los lugares más remotos, y desde allí acudirán y venerarán al Mesías de Dios.
     Esta dimensión universal del mesianismo de Jesús se recoge en el pasaje de lo magos de Oriente (de los que Mateo no nos dice que fueran reyes, esta asociación vendrá después por la influencia de los evangelios apócrifos). Y en este relato se establece un juicio, que será el que de verdad se realice en la Pascua de Jesús.
     Jesús nace en Belén, pueblo natal de David. La autoridad política judía (Herodes) aliada con la religiosa (maestros de la Ley) buscan su muerte. (Se anticipa ya a los orígenes el desenlace dramático de la vida de Jesús.) Su pueblo lo rechaza (véase Jn 1,11), en cambio las naciones paganas lo reconocerán con Hijo de Dios (ver también Mt 27,54), cuya vida entregada salvará a la humanidad. Este es el significado del relato de la adoración de los magos, y el de sus ofrendas: el oro por su realeza, su mesianismo, el incienso por su divinidad, la mirra por ser el perfume empleado para embalsamar a los muertos. Los cristianos reconocen en Jesús el Rey o Mesías esperado (oro), el Hijo de Dios (incienso), que ha ofrecido su vida en la cruz (mirra).
     El recurso literario a una estrella es normal si tenemos en cuenta que los magos de Mesopotamia (“Oriente”) eran famosos por descifrar los designios divinos leyendo en el cielo los movimientos de los astros. La lectura que algunos hacen hoy diciendo que se trataba de un cometa que se acercó a la tierra cuando nació Jesús está fuera de lugar, carece de sentido. El dato mateano está en otra clave.

c) Jesús es el nuevo Moisés

     Finalmente el evangelista compara a Jesús con el gran legislador (2,13-23). Lo hará en más de una ocasión a lo largo del evangelio. Y para ello se fija en algunos pasajes de la vida del libertador. Y, al igual que Moisés se libró milagrosamente de la persecución a muerte dictada por el faraón, y tuvo que salir de Egipto para regresar después y salvar al pueblo, así Jesús escapó de la pretensión homicida de Herodes, huyó a Egipto, permaneció allí un tiempo indefinido, hasta que murió Herodes, y regresó posteriormente a Palestina, instalándose sus padres en Nazaret. Al llegar a este punto el evangelista interrumpe la secuencia de su relato, que se retoma de nuevo cuando Jesús comienza su vida pública.
     Nada que decir de su infancia. Ningún hecho relevante a juicio de Mateo en los años que precedieron a la predicación de Jesús. Pero ahora ya están sentadas las bases con las que iniciar el relato de su actividad salvadora. Se nos ha dejado bien claro quién era: el Hijo de Dios, descendiente de Abrahán y de David, que viene a salvar a su pueblo, a inaugurar, como un nuevo Moisés, el esperado reino mesiánico, que habrá de ser universal, pues todas las naciones lo reconocerán como el salvador.

4. El nacimiento de Jesús según san Lucas

     El evangelio de Lucas ha adoptado una forma diferente para conseguir el mismo resultado: remontar a los orígenes de Jesús las creencias teológicas que la comunidad cristiana tenía de él tras el acontecimiento pascual. Y en su presentación ha elegido una forma distinta a la que hemos visto en Mateo. Por ejemplo, Lucas no se fija mucho en José, su comunidad no es de formación judía y no le interesa tanto destacar la línea de heredad típica del judaísmo; en su genealogía Cdesplazada al final del cap. 3C tampoco se remonta hasta Abrahán, patriarca de Israel, sino hasta Adán, padre común de toda la humanidad; se omiten pasajes que en el primer evangelio son esenciales: visita de los magos, huida a Egipto, matanza de los inocentes..., no hay ninguna referencia, implícita o explícita, que permita relacionar a Jesús con Moisés, esto no diría nada a los lectores de Lucas cuyo ambiente religioso es muy distinto al de los de Mateo. Pero en cambio se relata la anunciación a María, el nacimiento mismo de Jesús, una aparición de ángeles a unos pastores, etc. Veamos cómo transcurre el relato lucano.
     Aunque la comunidad de Lucas no es de formación judía, él sí emplea en muchas ocasiones el recurso al AT y a sus formas literarias para expresar la fe en Jesús que él tiene y formar en ella a sus lectores. Así, en el caso de los relatos de la infancia de Jesús utiliza un modelo veterotestamentario: los anuncios de nacimientos (véase Gén 16,11s; 17,19s; Jue 13,3-5; Is 7,14-17), que siguen un esquema típico constituido por cuatro elementos: 1) concepción, 2) nacimiento, 3) imposición del nombre, y 4) futuro del niño. Y junto a esto encontramos también en Lc los elementos típicos de los relatos de vocación, cuatro también: 1) llamada de Dios y misión, 2) objeción del llamado, 3) rechazo divino de esta objeción, y 4) signo de confirmación de la llamada (haya sido pedido o no). (Véase, por ejemplo, Jue 6.) La señal dada no autentifica la aparición, que en ningún momento se pone en duda, sino el envío; su función es confirmar la misión.
     El evangelista utiliza estos recursos literarios y los inserta en un marco más amplio que sirve de pórtico a su evangelio: el nacimiento de Jesús. Y para presentar el nacimiento de Jesús se sirve de un paralelismo muy propio de su cultura helenista: la comparación. Lucas compara dos nacimientos, el Juan Bautista y el de Jesús. El resultado de esta comparación es favorable, lógicamente, a Jesús. Igualmente sucederá con María, cuya fe y misión resulta superior a la de Zacarías, padre de Juan. Por esta razón observamos que en el relato lucano hay dos anunciaciones (1,5-25 / 1,26-28), dos concepciones (1,24s / 1,35), dos nacimientos (1,57s / 2,6s), dos circuncisiones (1,59 / 2,21) y dos sumarios finales sobre los primeros años de cada niño (1,80 / 2,52).
     Estos relatos suponen para el conjunto del evangelio un prólogo cristológico, y como tal están ligados con la parte final. Así, las primeras palabras puestas en boca de Jesús (2,49) están relacionadas con las últimas (23,46); ambas se apoyan en una misma idea: su filiación divina.
     Dios revela, por medio de voces proféticas, las de Isabel y Zacarías C“llenos del Espíritu Santo”C (1,41-43; 67ss) y las de Simeón y Ana (2,25-38), la realidad auténtica de Jesús, que permanece oculta a los ojos humanos.
     No estamos, como en Mt, ante un midrás pesher; ni se nos cuenta la historia del nuevo Moisés, en referencia a retazos históricos de la vida del antiguo Moisés. Lucas escribe sobre el origen divino de Jesús y su misión sirviéndose de los patronos que obtiene del AT.
     Mateo construyó con su evangelio de la infancia una agadá de Jesús-Moisés, en la línea de la interpretación judeo-cristiana. Lucas expresa la comprensión que de Jesús tiene una comunidad heleno-cristiana. Y se sirve para ello de un recurso literario muy popular en el mundo helenístico de la época: el mencionado paralelismo.
     Como el relato lucano es más amplio que el de Mateo destaquemos tan solo algunos pasajes más significativos.

a) Jesús, el Hijo de Dios

     La narración de la infancia de Jesús comienza con el anuncio del nacimiento de Juan Bautista (1,5-25). Su concepción es milagrosa, pero no tanto como será la de Jesús.
     Gabriel, el mensajero de Dios a quien ya conocemos de Dn 8,16 y 9,21, se aparece a Zacarías y le anuncia el nacimiento de un hijo suyo. Zacarías, ya anciano y casado con una mujer también anciana y estéril, duda de su palabra. Pero, a pesar de la duda, el milagro se obrará porque es Dios quien va a realizarlo. El caso de María contrasta por la confianza puesta en las palabras del ángel. (La pregunta sobre cómo podrá ser eso es retórica, la requiere el esquema de anuncio de nacimiento que está empleando Lucas.) Toda la tensión del relato se descarga al final en el fiat mariano, pero lo verdaderamente importante son las palabras previas del mensajero: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Dios altísimo te envolverá. Por eso, el niño que ha de nacer será santo, será Hijo de Dios”. Ahí es adonde quería llegar el evangelista. Todo un complejo binomio de anunciaciones para terminar proclamando a Jesús como el Hijo de Dios, concebido no por obra de varón, ni siquiera por un varón santo, sino por el Espíritu Santo.
     Y este niño, cuyo nacimiento se anuncia a María, es fruto del cumplimiento de las promesas divinas, viene a ser la manifestación escatológica, definitiva, de Dios. Por eso: “Él será grande, será Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le entregará el trono de su antepasado David, y reinará eternamente sobre la casa de Jacob. Su reinado no tendrá fin”.

b) Alabanza de María

     En el contexto de la visita de María a Isabel se coloca la alabanza del Magníficat, que es un mosaico de textos del AT con la forma de un salmo de acción de gracias. Probablemente se inspire en el canto de Ana, madre de Samuel (1 Sam 2,1-10), y canta, en síntesis, la acción misericordiosa de Dios que llena de riquezas a los pobres y cumple fielmente sus promesas.
     Desde el punto de vista literario es difícil que represente las auténticas palabras de María. (No hay ninguna referencia explícita al nacimiento del mesías, algo extraño después de la anunciación.) No obstante, la opinión de los investigadores se divide. Es posible que sea un himno cristiano primitivo, tal vez de origen judío, que haya sido retocado por el evangelista y puesto después en boca de María.
     Los beneficiarios de la acción divina son los anawim, los humildes. Término que tendría un sentido más religioso que económico, al que englobaría en la mayoría de los casos; se trataría de los que tienen plena disposición y dependencia de Dios (véase Sof 2,3; 3,11s). Sin duda habría que situar a María en este grupo.
     En el canto se pueden distinguir cuatro secciones (46-55): a) acción de gracias por los beneficios personales (46-48); b) misericordia de Dios hacia los que lo temen (49-50); c) actuación divina en favor de los humildes (51-53), y d) amor de Dios por Israel (54-55).
     El cántico se cierra con el v. 56, que sirve de sutura a la escena. Parece como si María, en su visita, dejase a Isabel justo antes de dar a luz. Lo que se hace más bien es concluir, retóricamente, un episodio; algo típico de Lucas, que nunca abre una nueva escena sin haber concluido la anterior.

c) Alabanza de Zacarías

     Al nacimiento de Juan le sucede la alabanza de su padre: el Benedictus (1,68-79), que es una cadena de citas y alusiones veterotestamentarias cuyo origen está probablemente en un salmo independiente al que Lucas habría adaptado a esta nueva situación y puesto en boca de Zacarías.
     Su estructura literaria se centra en el binomio alianza-juramento de los versos 72-73. El resto del canto forma después un cuadro simétrico en torno a este eje.
     El himno comienza con la acción salvadora de Dios que ha visitado a su pueblo. Visita que en este momento va a ser la misión del mesías. A la mención de la visita le sigue la idea del anuncio-cumplimiento. La salvación que había sido anunciada por los profetas y que hoy se cumple. Así, lo que va a suceder no es un hecho fortuito, sino que responde a un plan perfectamente proyectado y anunciado por Dios.
     Los versos 72-75 forman la estrofa más larga, que gira en torno al binomio promesa-liberación. La venida del mesías está en relación con la promesa divina a Abrahán. La salvación anunciada se corresponde con la alianza.
     Finalmente la atención se centra en la misión de Juan, que debe preparar los caminos del Señor, los caminos “espirituales”, pues el Señor llega. (La llegada de este niño da cumplimiento a la profecía de Mal 3,1.) La misión de Juan debe conducir al perdón de los pecados. Los tiempos mesiánicos serán posibles cuando se obre la reconciliación entre el hombre y Dios. Juan la anunciará y preparará; Jesús, el mesías, la llevará a cabo. El mesianismo de índole política queda de este modo totalmente descartado.

d) Nacimiento de Jesús

     Augusto fue emperador de Roma entre los años 30 a. C. y 14 d. C. Frente a la gran propaganda imperial de la pax augustea, Lucas anunciará la pax Christi (2,14). De este modo, el nacimiento de la nueva era no tiene su origen en Roma, la gran urbe, sino en Belén, la pequeña ciudad de David.
     El evangelista organizará toda la historia para hacer que toda ella confluya en el nacimiento de Jesús en Belén. Para lo cual busca un motivo por el que José tuviera que trasladarse desde Nazaret hasta la ciudad de David: el empadronamiento de todos los hombres del imperio.
     El lugar físico donde nació de Jesús, )una cueva?, motivo central para nuestros “nacimientos navideños”, es algo que no preocupa demasiado al evangelista. Hay que tener en cuenta que las casas pequeñas de la época tenían una única habitación, pegada a una cueva que servía de establo (aún las hay así en la actualidad).
     El relato del nacimiento es escueto y evita cualquier sentimentalismo (soledad de una madre primeriza, nacimiento en una cueva por negarles posada, etc.). Estas lecturas son ajenas al contexto del relato y proceden de épocas históricas posteriores.

e) Presentación en el templo

     Conforme a la ley de Moisés, el niño debe ser llevado al templo y “rescatado”. Pero el acento no se pone en el hecho mismo de la circuncisión/presentación, sino en los dos episodios proféticos que la acompañan (2,21-38). De hecho el pasaje no responde a la idea del sometimiento de Jesús, como todo israelita, a lo exigido por la ley (Gál 4,4), sino que todo él se orienta a la intervención de Simeón y Ana, es decir, al reconocimiento por las dos figuras proféticas de su mesianismo. En paralelismo con el nacimiento de Juan, tendríamos las palabras de Zacarías frente a las de estos dos ancianos.
     Según la Ley, todos los primogénitos, tanto de animales como de personas, debían ser consagrados a Dios, en reconocimiento de la soberanía divina y como recuerdo de la salida de Egipto. Los animales debían ser sacrificados, pero no los niños, cuyas vidas debían ser rescatadas, ofreciendo por ellas unos dones en el templo.
     La centralidad del pasaje está pues, como hemos dicho, en las palabras de Simeón y Ana. Las actitudes del primero son las que, iluminadas por el Espíritu Santo, van a permitirle descubrir la verdadera identidad del niño, de modo que, al verle, alabe a Dios. Esta imagen sirve de marco para el cántico que viene a continuación, conocido en la liturgia como Nunc dimittis, una alabanza a la fidelidad divina manifestada ahora en el nacimiento de este niño, que es “luz que se manifiesta a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel”. De nuevo un recuerdo de la misión universal de Jesús (que en Mateo se expresó mediante el episodio de los magos).
     Y a la intervención de Simeón le siguen las palabras de Ana, una profetisa viuda muy anciana, que servía a Dios en el templo. Ella también “se puso a hablar de Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén”.
     Dos ancianos son los instrumentos de los que el evangelista se sirve para revelar la verdadera identidad de aquel niño. Lucas, sensible siempre a los pobres, ha querido acentuar la predilección divina por este tipo de personas que, sin ninguna trascendencia social, esperan confiada y fielmente su intervención salvadora; algo similar a lo que podemos observar en el pasaje del anuncio de los ángeles a los pastores (2,8-20).

5. Los relatos apócrifos del nacimiento y la infancia de Jesús

     Los datos que sobre el nacimiento y la infancia de Jesús nos ofrecen los evangelios canónicos (Mateo y Lucas) son muy escasos. Esto por dos motivos fundamentales: primero, la centralidad del mensaje cristiano está en el acontecimiento pascual, y segundo, el interés por los orígenes de Jesús es tardío. Con el tiempo, la reflexión cristológica sobre su divinidad, la necesidad de conocer más sobre su biografía, de llenar las lagunas de los años de vida oculta, y las exigencias intrínsecas de la religiosidad popular hicieron que se prestara mayor atención a estos temas, surgiendo en torno a ellos una amplia literatura cargada de gran imaginación y piedad. Con ellas se pretendía también salir al paso de ciertas posiciones erróneas, heréticas, que empezaban a surgir en las comunidades cristianas.
http://bac-editorial.com/ficha.nueva.2013.php?id=12977     Estos escritos circularon durante mucho tiempo por las diferentes comunidades, pero al no emplearse en la liturgia y no adquirir la categoría de textos canónicos se fueron quedando en olvido. Hoy, algunos de estos libros se han recuperado, pero otros se han perdido quizá para siempre.
     De entre esta literatura caben destacar, por su influencia en la piedad popular, el Protoevangelio de Santiago, de mediados del s. II, y el llamado Evangelio del Pseudo Mateo, más tardío ya, probablemente de mediados del s. VI. La influencia de ambos en la literatura y el arte es notoria.
     El Protoevangelio de Santiago narra la vida de María, menciona a sus padres (Joaquín y Ana, que la concibieron siendo ya mayores), su educación hasta los doce años en el templo, su posterior matrimonio con José, un viudo, padre de varios hijos, la anunciación de Gabriel, el nacimiento de Jesús en Belén, la huida a Egipto y el asesinato de Zacarías, padre de Juan Bautista, por Herodes.
     El Evangelio del Pseudo Mateo es digno de mención ahora porque, entre otras cosas, se recoge en él una tradición, muy antigua, que ha quedado piadosamente plasmada en nuestras representaciones del nacimiento: la presencia de un buey y un asno junto al niño Jesús. Se narra, además, la estancia de la sagrada familia en Egipto y la infancia de Jesús. Sobre los citados animales se dice lo siguiente: “Tres días después de nacer el Señor, salió María de la gruta y se aposentó en un establo. Allí reclinó al niño en un pesebre, y el buey y el asno le adoraron. Entonces se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: «El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre de su Señor»”.
     Cabe citar también un último ejemplo en el Evangelio armenio de la Infancia, posterior al s. VI, y que se sirve de relatos anteriores, principalmente del Protoevangelio de Santiago y del Evangelio de la infancia de Tomás. En este apócrifo se mencionan los nombres de los magos que adoraron a Jesús, de los que se dice además que eran reyes. Se trataba de Melkon, rey de los persas, Baltasar, de los indios, y Gaspar, de los árabes. Otros textos recogen en cambio otras tradiciones, y fijan en cuatro y hasta en doce y quince el número de los magos. Otros también ofrecen nombres diferentes para ellos: Tanisuram, Malik y Sissebâ, dejándonos en la ignorancia de saber si eran o no reyes.
 Juan Antonio Mayoral